jueves, 9 de julio de 2009

Crisis Financiera obliga a estadounidenses a cambiar sus Patrones de Consumo

Ahora deberán adaptarse a un crecimiento lento y menos efervescente.
Por: David Brooks*

Nueva York.- Durante aproximadamente una generación, Estados Unidos navegó sobre una creciente ola de deudas. La proporción entre deuda e ingreso disponible personal era de 55% en 1960. Desde entonces, ha aumentado más del doble, alcanzando 133% en 2007. La deuda del mercado de crédito total —tomando en cuenta el endeudamiento corporativo, financiero y otros— se ha elevado a la par, pasando de 143% del producto interno bruto en 1951 a 350% del PBI el año pasado. Las gráficas que marcan estas tendencias son verdaderamente horripilantes.

Hay un nivel de deuda constante durante la mayor parte del siglo XX, hasta mediados de los años 80. En ese momento hay un pronunciado ascenso en aceleración hasta los niveles épicos de hoy. Este aumento en la deuda avivó un atracón de consumo.

El consumo como porción del PBI se situaba en aproximadamente 62% a mediados de los 60, y se elevó a alrededor de 73% para el 2008. La generación de los nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los llamados “baby boomers”, disfrutó de una juerga de gasto increíble. Mientras tanto, las economías china, japonesa y europea se volvían dependientes del consumidor estadounidense excedido en su gasto. No podía durar. La ola del endeudamiento reventó el otoño pasado.

Enfrentando la posibilidad de un colapso sistémico, el Gobierno intervino y reemplazó el endeudamiento privado con endeudamiento público. La Reserva Federal imprimió dinero a ritmos increíbles y el gasto federal se infló. En el 2007, el déficit federal era de 1,2% del PBI. Dos años después, es de 13%.

La respuesta a la crisis más o menos funcionó. Los historiadores argumentarán sobre la reacción Paulson-Geithner-Bernanke, pero la economía parece que está estabilizándose. Y ahora la atención se vuelve hacia la tarea de la próxima década: liquidar la deuda que se ha acumulado en la pasada generación.

Los estadounidenses no están pidiendo prestado en la forma en que acostumbraban, pero la deuda acumulada sigue ahí. A lo largo de los próximos años, los estadounidenses tendrán que ahorrar más y pedir prestado menos. La economía estadounidense tendrá que hacer la transición de una economía basada en el consumo y las importaciones a una economía con un mayor equilibrio de la inversión empresarial y la producción. Un país que se ha llegado a acostumbrar a un crecimiento razonablemente rápido y una riqueza efervescente probablemente tendrá que adaptarse a un crecimiento más lento y menos efervescencia minorista. Los retos económicos serán difíciles.

Reuven Glick y Kevin J. Lansing de la Universidad Federal de San Francisco, estiman que los estadounidenses tendrán que incrementar su tasa de ahorros familiares de 4% a 10% para el 2018 para restablecer el equilibrio. Eso, escriben, producirá “un lastre a corto plazo sobre la actividad económica general”.

Mientras tanto, el capital y la mano de obra tendrán que fluir de sectores que dependen del consumo discrecional a sectores basados en la investigación y la inversión. Pero son los retos políticos los que serán más difíciles. Básicamente, todo lo que un político podría hacer para que los votantes estén más contentos a corto plazo tendrá horribles consecuencias a largo plazo. Estimular la economía demasiado ahora significará terminar con una inflación ruinosa a futuro. Preservar a las compañías en quiebra significará terminar con un estancamiento tipo japonés. Amortiguar la declinación en los niveles de vida con dinero fácil ahora significará pasar de una burbuja de la vivienda a una burbuja de mercaderías.
Los miembros de la clase política enfrentan un conjunto de tareas monumentales:
1° Tienen que convencer a un país de posponer la gratificación por el bien de la reconstrucción del país. Este país no ha aceptado el sacrificio en 50 años.

2° Los líderes políticos tendrán que elevar los impuestos y recortar el gasto para poner la casa fiscal federal en orden, y tendrán que hacerlo en una época en que los votantes ya están viendo retroceder sus estilos de vida.

3° Tendrán que refrenarse de hacer algo que pudiera dañar más la posición fiscal de Estados Unidos, que es extremadamente frágil. Eso significa no aprobar un paquete de reforma de la atención médica a menos que se pague real y verdaderamente. Eso significa formar una comisión de la Seguridad Social el año próximo para abordar el problema de quién tiene derecho a ella.

4° La clase política va a intentar lo políticamente impensable. Estados Unidos va a tener que avanzar hacia un impuesto al consumo, para desalentar el gasto y alentar los ahorros. También hay una urgente necesidad de una reforma fiscal.

Como señala el economista Douglas Holtz-Eakin, el código fiscal está lleno de estipulaciones que alientan el endeudamiento y desalientan la inversión. El Gobierno tendrá que gastar menos en transferir pagos y más en inversiones en ciencia e infraestructura.

Los miembros del gobierno de Barack Obama comprenden completamente esto y están rebosantes de buenas ideas sobre cómo pasar de una economía burbuja a una economía de inversión. Encontrar una estrategia política para lograr esto, sin embargo, está resultando difícil. Y lograr que el Congreso actúe en esta dirección podría ser imposible.

Los líderes del Congreso se han aferrado a prioridades convencionales a corto plazo durante todo este episodio. No hay evidencia de que los que ejercen el poder comprendan la transición fundamental que tenemos por delante. Están practicando la misma falta de moderación que nos metió en este embrollo.

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