jueves, 18 de noviembre de 2010

Capitalismo de China desata críticas de Occidente

La ira occidental hacia el gigante asiático se ha concentrado en la política cambiaria, un área en la que Beijing es acusada de mantener un valor artificialmente bajo del yuan.

Jason Dean, Andrew Browne y Shai Oster

BEIJING.- Desde el fin de la Guerra Fría, las grandes potencias han convenido sobre la sabiduría de permitir que la libre competencia del mercado -en lugar de la planificación estatal- impulse la economía. La estrategia económica de China ha puesto en entredicho ese consenso y para entender las razones basta una mirada al ascenso del magnate de la energía solar Zhu Gongshan.

Una escasez de silicio policristalino -la principal materia prima de los paneles solares- amenazaba la floreciente industria de la energía solar en 2007. Los precios de los polisilicios se dispararon a US$ 450 el kilo en 2008, diez veces más que un año antes. Las empresas extranjeras dominaban la producción y le traspasaban los altos costos a China.


La respuesta de Beijing no se hizo esperar: el suministro local de polisilicio adquirió el estatus de prioridad nacional. El dinero llegó a raudales desde empresas y bancos estatales y los gobiernos locales aceleraron la aprobación de plantas nuevas.

En Occidente, construir fábricas de polisilicios demora años. Zhu, un empresario independiente que recaudó US$ 1.000 millones para una planta, comenzó a producir a los 15 meses y en pocos años creó uno de los mayores fabricantes mundiales de polisilicios, GCL-Poly Energy Holding Ltd. El fondo soberano de China compró 20% de GCL-Poly por US$ 710 millones. Hoy, China produce alrededor de 25% del polisilicio del mundo y controla alrededor de la mitad del mercado global de equipos terminados de energía solar.

La ira occidental hacia China se ha concentrado en la política cambiaria, un área en la que Beijing es acusada de mantener un valor artificialmente bajo del yuan para estimular sus exportaciones. El ascenso de Zhu, sin embargo, apunta a un tema más profundo: la estrategia económica de China es detallada y multifacética y desafía a EE.UU. y otras potencias en varios frentes.

Un componente central de la estrategia china son las políticas que ayudan a las empresas estatales a acceder a tecnología de punta y administran el tipo de cambio para beneficiar a los exportadores. China aprovecha el control estatal del sistema financiero para proveer capital de bajo costo a industrias nacionales y a los países ricos en recursos naturales cuyo petróleo y minerales necesita para seguir creciendo a paso acelerado.

Las políticas de China son, en parte, producto de su estatus único: un país en vías de desarrollo que además es una superpotencia. Sus líderes no asumen que el mercado es superior. En cambio, consideran que el poder estatal es esencial para mantener la estabilidad y el crecimiento y, por ende, asegurar el dominio continuado del Partido Comunista.

Es un modelo con un historial de logros, en especial en momentos en que la fe en la eficacia de los mercados y la competencia de los políticos es sacudida en gran parte de Occidente. China es el mayor exportador mundial y se encamina a desplazar a Japón como la segunda economía del mundo.

Mercantilismo

Charlene Barshefsky, quien en 2001 como representante comercial de EE.UU. durante el gobierno de Bill Clinton ayudó a negociar la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, afirma que el ascenso de economías poderosas lideradas por el Estado, como China y Rusia, socava el sistema comercial establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando estas economías deciden que "industrias nuevas deberían ser creadas por el gobierno", sostiene Barshefsky, la balanza se inclina en contra del sector privado.

Los críticos occidentales afirman que las prácticas de China constituyen una forma de mercantilismo que apunta a acumular riqueza al manipular el comercio. Señalan que las reservas de China en moneda extranjera, que ascienden a US$ 2,6 billones (millones de millones), son prueba de ello. EE.UU. y la Unión Europea han iniciado una serie de casos en la OMC contra Beijing.

Los máximos ejecutivos de varias multinacionales ya han comenzado a quejarse. En julio, Peter Löscher, presidente ejecutivo de Siemens AG, y Jürgen Hambrecht, presidente de la química BASF SE, plantearon en una reunión entre industriales alemanes y el primer ministro chino inquietudes sobre los intentos por obligar a empresas extranjeras a transferir propiedad intelectual valiosa a cambio de acceso al mercado.

"Los chinos han demostrado que si tienen la capacidad de anular su modelo y quedarse con sus ganancias, lo harán", insiste Ian Bremmer, presidente de la consultora Eurasia Group.

Hasta ahora, sin embargo, las multinacionales no han hecho las maletas porque China sigue siendo una fuente vital de crecimiento para empresas cuyos mercados internos están saturados.

La estrategia de China sigue la tradición de las políticas que empleó Japón durante su ascenso. Pero la enorme escala de China, su población es 10 veces mayor a la de Japón, la convierte en una amenaza más formidable.

Los líderes chinos han comenzado a acusar recibo. Durante el Foro Económico Mundial en Tianjin en septiembre, el primer ministro Wen Jiabao indicó que el debate reciente sobre China entre los inversionistas extranjeros "no se debe sólo a malentendidos por parte de las empresas foráneas. También se debe a que nuestras políticas no fueron lo suficientemente claras", manifestó.

En China, el Estado está en ascenso. Muchos analistas afirman que la liberalización ha perdido vigor y apuntan a amplias porciones de la economía que aún son controladas por empresas estatales y donde se restringe el acceso a las firmas extranjeras. El gobierno posee casi todos los grandes bancos del país, las tres petroleras principales, las tres telefónicas y los grupos de medios más importantes.

Según el Ministerio de Finanzas, los activos de todas las empresas estatales en 2008 bordearon los US$ 6 billones, 133% del PIB de ese año. En comparación, los activos de la agencia que controla las empresas estatales en Francia, una de las economías occidentales más estatizadas, fueron de 539.000 millones de euros en 2008, cerca de 28% del PIB.

A más largo plazo, China afronta una serie de retos que amenazan su crecimiento, como una población que envejece aceleradamente debido a los nacimientos limitados por la política de hijo único en las últimas décadas, y el daño al medio ambiente provocado por la veloz industrialización del país.

Por ahora, ese ritmo tiene a Occidente en guardia. "Nuestra competencia se ha vuelto mucho más difícil durante un lapso de gran debilidad económica en Estados Unidos", dice Barshefsky

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